1. Temor a lo que no conocés.
El ambiente seguro de una piscina, sus guías, las marcas de las líneas al fondo… hacen que sea fácil concentrarse en lo que importa, es decir, tu técnica y tu ritmo.
Pero cuando nos enfrentamos a un ambiente poco familiar como el océano, el mar o un lago donde entran en juego la poca visibilidad, las bajas temperaturas, y diversas especies que nos acompañan, nuestra mente se aleja de la realidad y nos traslada a un estado de extrema alerta y ansiedad irreales.
2. Criaturas que acechan. Vos sos la criatura que acecha. Los peces y demás especies marinas, a excepción de las medusas, tienen más miedo de vos y del resto de nadadores que vos de ellas, y con toda seguridad, se dirigirán en dirección opuesta.Cuanto más rápidamente empieces a moverte y a centrarte en tu técnica tendrás menos tiempo para crear en tu mente preocupaciones inexistentes.
3. La visibilidad. En aguas abiertas, suele ser deficiente o inexistente, e incluso, si la visibilidad fuera buena, no encontrarás ninguna línea en la parte inferior. Sin embargo, todo esto se puede superar con un poco de práctica y concentración.